El próximo 2 de abril el Partido
Liberación Nacional tiene una oportunidad de oro para demostrarle a la
ciudadanía que escuchó con claridad el mensaje que esta le mandó en abril del
2014. Fue un mensaje contundente, inequívoco, por lo que ignorarlo no es opción
para el partido mas grande del país, alrededor del cual se sostiene,
precariamente, el sistema de partidos políticos en Costa Rica.
Ciertamente en la estrepitosa derrota
electoral del 2014 confluyeron múltiples factores. Pero es innegable que el
tema ético tuvo –y sigue teniendo-, una gran importancia. Si bien es cierto
hubo cuestionamientos de fondo a las políticas ejecutadas en gobiernos
liberacionistas, la crítica principal se centró en aspectos éticos del
ejercicio del poder.
Mucho podría decirse del origen de estos
cuestionamientos, magnificados por una oposición política ávida de presentar un
panorama blanco y negro, groseramente simplificador de la realidad. Baste decir
que el sainete que montara el actual gobierno, a los cien días de su gestión,
pareció dejar claro la verdadera naturaleza y la falta de fundamento de estas
acusaciones. Pero igual la gente situó el tema de la ética en el ejercicio de
la función pública en el centro del debate político.
A esto debe responder el Partido
Liberación Nacional. Se ha hablado mucho de renovación de liderazgos, de ideario,
de militancia. Pero por alguna razón, el tema de la renovación ética ha sido
minimizado de manera muy peligrosa. El PLN debe entender que las propuestas no
serán de recibo para la ciudadanía, si esta percibe que en el ámbito ético el
partido no acometió el proceso de transformación que el electorado le demandó
en el 2014.
Hoy por hoy los costarricenses se
enfrentan a un dilema particular. Después de haber cifrado su esperanza en la
ambigua promesa del “cambio”, el país ha ponderado mejor el valor de la
experiencia. Pero al contrario de lo que sucedía en el pasado, un mal gobierno
(o uno inexistente como el actual), no significa un traslado automático de
apoyos a la oposición. Los estándares han cambiado y la ciudadanía no está
dispuesta a hacerse de la vista gorda en ciertos ámbitos.
Y si hay un partido que debería tener
esto claro, es precisamente el PLN. Se puede hacer (y hay que hacerlo), un
intenso esfuerzo de renovación programática, pero de nada servirá si los
electores perciben que no se ha avanzado con igual decisión en el campo ético.
No se trata nada mas de un propósito de enmienda, sino de actos concretos que
reflejen la voluntad de escuchar a un pueblo temeroso de otorgarle otra
oportunidad, pero cada vez mas convencido que siempre ha vivido mejor en sus
gobiernos.
Y en este camino, lo primero es la
consistencia. No se puede decir que se ha escuchado al pueblo, si se actúa de
manera contradictoria. Ni mas ni menos eso es lo que se juega el PLN este dos
de abril. Es la oportunidad para mandar una poderosa respuesta, o de proceder
de espaldas al sentir popular.
Y no se trata de una reflexión hecha en
el aire. Una y otra vez, las encuestas señalan un hecho incontestable: de cara
a las elecciones nacionales, las alternativas para el liberacionismo tienen
consecuencias claras y radicalmente diferentes. Es darse una oportunidad, con
alguien como Antonio Alvarez Desanti, o iniciar un paulatino proceso de
desvanecimiento político, con José María Figueres.
Mas allá de las consideraciones
particulares, la percepción de la gente termina teniendo consecuencias
concretas. Eso pasó en la elección del 2014. Puede argumentarse mucho sobre esa
percepción, pero no se puede ignorar. Se trata de ser consistentes con ese
propósito de renovación ética que exigió la gente. Este es el dilema que
enfrenta el PLN, pero también el país, este 2 de abril.
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