Desde hace días anda circulando por la red la información de una (o dos o tres o cuatro) encuesta realizada por "37 estudiantes de estadística", con una muestra de cinco mil y pico de personas, que produce resultados dramáticamente diferentes a los que han venido mostrando otras encuestas. Se me ocurrió en el Facebook cuestionar la veracidad de esta supuesta encuesta, di las razones por las cuales no creo en ella y en respuesta, y durante los siguientes dos días,se me ha acusado de lo siguiente:
- Envenenado
- Ser "esclavo de los Arias"
- Con necesidad de "reinventarme"
- Vagabundo
- Tener tendencias autoritarias
- Tener el "el seso frito"
- Estar cegado por el poder
- Antidemocrático
- Ser un "Ministrillo politiquero"
- "Bufón pachuco"
- Fanático
- De haber "dormitado tres años en una torre de marfil"
- Estar ofuscado porque "se me está acabando la teta"
- Al publicar yo la nueva encuesta de la Escuela de Estadística se me invita a "no comprometerme más en estos foros" para que no me pase lo mismo que le pasó a Kevin Casas (¿conseguir un buen trabajo en una renombrada institución académica internacional? ;-))
- Olvidar que los cargos como el que ocupo actualmente son pasajeros
Y todo esto solo porque me atreví a cuestionar una encuesta que nadie sabe de dónde salió (la Escuela de Estadística de la UCR ha solicitado que no se le asocie con ese rumor, así como la Asociación de Estudiantes de dicha Escuela), no se proporciona la ficha metodológica, no se nombran responsables, en fin, una de las tantas "encuestas" que suelen aparecer al final de una campaña política, y que no tienen ningún sustento. Con esta encuesta en particular se invoca el nombre de la UCR para tratar de darle un tinte de seriedad al rumor, y a partir de esto se pretende que hagamos un acto de fe y aceptemos por buenos, reales, honestos y verdaderos los resultados que se mencionan.
Pero cuando alguien se atreve a cuestionar por razones de índole metodológico una fabricación tan evidente, el resultado no es el debate riguroso, sino la descalificación personal y la amenaza velada, en suma, la intolerancia dogmática que parte de la premisa de que quien no piensa de una forma es todo lo que se me ha acusado a mí que soy. Ni modo. A mí no me afectan los insultos, pero es una lástima que el debate se degrade de esta forma. Ojalá que podamos recuperar ese espacio para que el intercambio público sea una actividad apasionada pero respetuosa, llena de convicción pero tolerante. Es lo menos que se merece este país.
2 comentarios:
Ay. don Roberto...por qué hace caso a esos insultos...a todas las personas que manifestamos nuestras opiniones, cualesquiera que sea nos pasa.
Si uno está convencido de que lo que siente o piensa lo debe decir, diay? se expone...es así de sencillo...
y a la par de los insultos vienen a ratos adulaciones. El caso es no creerse ni los primeros ni los segundos.
Ubicarse y seguir.
Saludos
comparto el primer párrafo de Julia, es como si pensar, discrepar y manifestarse de manera independiente fuera un pecado.
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