Teníamos tal vez 19 o 20 años aquella
madrugada en que un grupo de amigos veníamos caminando del entonces popular bar “La
Caracas”, lugar que habitualmente era la parada final de una noche de tragos y
que quedaba a 100 metros al oeste de la Iglesia de Santa Teresita, famoso por su boca de "chucitos". Eran
alrededor de las 3 de la mañana, tal vez un poco mas tarde, cuando nos topamos
un operativo policial en donde allanaban una casa en Barrio Escalante. Uno de
mis amigos, en ese momento estudiante de segundo año de derecho, y
probablemente deseoso de mostrar en todo momento su respeto por el ordenamiento
jurídico que ahora estudiaba y -hay que decirlo-, un poco intoxicado por la larga noche de tragos, sacó a duras penas su cédula de la billetera y con un
gesto dramático, que denotaba, por lo menos creía él, su respeto a la ley, se
acercó a uno de los policías y blandiendo su cédula le pidió a un oficial que
verificara su identidad. El policía, mas preocupado por el
desarrollo del operativo, lo miró con una expresión incrédula, probablemente
sorprendido por lo inoportuno de la solicitud. Pese a esto, el oficial agradeció
el gesto de mi amigo, diciéndole que en ese momento no era necesario, y le
mandó mas bien a retirarse.
Mi amigo no pudo ocultar su desazón por
la respuesta del policía, pero no iba a dejar que eso le impidiera cumplir con
lo que percibía como su ineludible obligación legal. Citando algunos artículos
de códigos innombrables, siguió atosigando al policía para que le aceptara la
cédula y comprobara no solo su identidad, sino además lo buen ciudadano que era,
obediente y temeroso de las leyes que ahora empezaba a conocer. El oficial fue
pasando de la incredulidad risueña a la impaciencia apenas contenida, y después
de varios minutos de inútil discusión con mi amigo se volvió hacia nosotros y
notoriamente disgustado nos gritó “¡llévense al borrachito de la cédula!”.
Cierta gente en redes sociales me recuerda al borrachito de la cédula. Al igual que mi amigo hace treinta y tantos años, andan
con la cédula de las ideas trasnochadas y los insultos esperando discusiones en
RRSS en las que desesperadamente quieren ser incluidos aun cuando no aporten
nada mas que frases vacías, golpes de efecto o simplemente ofensas o injurias.
Gente que no hace propuestas, muchas veces porque no las tiene, pero en otras
porque sabe que su pensamiento radical es rechazado mayoritariamente. Entonces
lo que queda es atosigar para llamar la atención, citar artículos de códigos
innombrables y tratar de hacer escándalos en donde no los hay. Son los borrachitos
de la cédula de las RRSS. Todos sabemos quienes son. Y hasta deberían tener una etiqueta propia (¿#BDLC?).
Por cierto que mi amigo finalmente
terminó siendo un abogado exitoso y respetado con el que me reúno
frecuentemente a recordar las peripecias de nuestra juventud. Siempre ha
insistido que el episodio de la cédula no es cierto. Pero lo que pasa es que no
se acuerda. ¿O será que no quiere acordarse?
1 comentario:
Jajaja, muy bueno
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