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domingo, 19 de junio de 2016

Mejor la democracia de los políticos que la dictadura de los burócratas

El control de la legalidad en la función pública es esencial. Sin embargo, esta labor no puede llevarse a cabo ignorando principios fundamentales relacionados con la legitimidad democrática. Cuando se actúa así, se falsean las bases del sistema político, sumándose de esa manera a un discurso irracional que pretende ilusoriamente la existencia de sociedades sin política.

Una de las manifestaciones mas perversas del discurso antipolítico es sostener una pretendida superioridad de lo técnico sobre lo político. A la subjetividad y negligencia de lo político, se contrapone la objetividad y el rigor de lo técnico.  Frente a la preeminencia de los intereses particulares en lo político, se opone la naturaleza justa de lo técnico, basado en un conocimiento neutro ajeno a las influencia que genera privilegios. Es un argumento interesado, tan falso como lo son siempre los criterios absolutos, derivados de una visión dicotómica de una realidad que es mucho mas compleja.

En nuestro país, esta idea peregrina de la superioridad moral de lo técnico sobre lo político se ha venido manifestando en la actuación de algunos órganos. Por ejemplo, hace unos meses la Sala Constitucional reafirmó la potestad de la Contraloría General de la República para suspender de sus cargos a funcionarios  municipales electos por votación popular. Esto significa que un funcionario de la Contraloría puede suspender a un alcalde, regidor o síndico, si considera que cometió faltas administrativas que así lo ameritan.

Algunos aplaudieron esta resolución como un triunfo de la transparencia, pero se trata en realidad de un acto profundamente antidemocrático. Alcaldes, regidores y síndicos, electos por votación popular, están investidos de una legitimidad política que no puede ser ignorada. El control administrativo no debería emitir una resolución que deje en suspenso la voluntad popular; para eso están los consejos municipales mismos, y el mecanismo de revocatoria de mandato.

Otorgarle a un ente de control la potestad de suspender funcionarios electos, equivale a despojar de valor al acto electoral. Pero además trastoca las prioridades de los electos, para quienes súbitamente los entes de control se constituyen en instancias políticas, con potestades hasta ahora reservadas a la ciudadanía y a los órganos políticos. Y con un peso incluso superior al de estos, por la inmediatez, la falta de contrapeso y la libertad con la que cuentan para emitir sus resoluciones.

Un caso similar se dio hace unos meses cuando el Tribunal Supremo de Elecciones resolvió, a partir de la interpretación que hizo de un fallo de la Sala Constitucional, obligar a los partidos políticos a respetar la paridad de género en los primeros lugares de las listas de candidaturas a diputaciones en las siete provincias para las elecciones del 2018.

Aparte de la discusión que ha surgido respecto a si efectivamente la Sala Constitucional dice lo que el TSE dice que dijo, en la resolución del Tribunal hay un apartado que refuerza esta tensión entre las potestades legales y la legitimidad política. Si un partido no cumple con esta resolución, es decir , si el asamblea de un partido presenta candidaturas que no cumplen con este criterio, “el Registro Electoral del TSE, que es donde se inscriben los partidos y las candidaturas, podrá modificar las nóminas para subir del segundo al primer puesto de la papeleta a las mujeres, en los casos que sea necesario hacerlo, para cumplir con la nueva norma”.

Esto significa que la voluntad expresada por miles de militantes de los partidos políticos en sus asambleas distritales, cantonales, provinciales y nacional, puede ser cambiada arbitrariamente por un funcionario, si no se cumple un criterio específico. No se trata aquí de juzgar la pertinencia del criterio, sino mas bien que se crea aceptable que un funcionario administrativo pueda hacer los cambios necesarios para cumplirlo.

En ambos casos, los órganos de control deberían advertir de las faltas e informar a los órganos políticos, para que estos resuelvan en consecuencia. Es lo que corresponde en un sistema que valora la voluntad popular como fuente originaria de la legitimidad democrática.

Todo esto, por supuesto, se inscribe en ese discurso antipolítico que ha imperado en Costa Rica en los últimos años. Se originó como una reacción natural a la corrupción, pero también es el recurso de quienes persiguen el debilitamiento de la política, como una manera de potenciar su posición en el debate público. Los poderes fácticos de los que habla el politólogo Rotsay Rosales.

“La política es el único poder al alcance de los que no tienen poder”, afirma certeramente el escritor español Josep Ramoneda. La gente debería entender que la democracia de los políticos, con todas sus falencias e imperfecciones, es siempre mejor que la dictadura de los burócratas.

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Como siempre, una invitación para que escuchen el podcast de Café Futbol CR; en esta edición se hace el "post-mortem" de la desteñida actuación de la Selección en la Copa América. No es un tema feliz, ¡pero siempre interesante!

domingo, 29 de mayo de 2016

La inevitabilidad de la política

Ayunos de una figura que pudiera enfrentar a Daniel Oduber , candidato por el PLN para las elecciones presidenciales de 1966, los dirigentes del mayor partido de oposición de esa época, el partido Unificación Nacional, decidieron apostar  por una persona sin ninguna experiencia política, un académico de la Universidad de Costa Rica.

Don José Joaquín Trejos Fernández era, al momento de ser postulado, profesor de matemática, y había ocupado cargos académicos en la UCR, pero no tenía ninguna experiencia práctica en política, ni había servido en cargo alguno de la administración pública.

Pese a esto, don José Joaquín fue electo Presidente y ejerció su cargo exitosamente, ordenando las finanzas públicas y logrando desarrollar importantes obras como la carretera a Limón, cuya ampliación por cierto sigue esperando el pueblo limonense.

La mención a don José Joaquín viene a cuento porque como se mencionó en el blog la semana pasada, parece haber un adelantamiento del calendario electoral, producto del desvanecimiento del actual gobierno. En una coyuntura como esta, ¿sería posible repetir la experiencia de 1966 en el 2016?. Y además, ¿sería conveniente hacerlo?

No hay duda que don José Joaquín era una persona excepcional. Así como no hay duda de que actualmente hay personas con calificaciones similares, no solo en la academia, sino en el ámbito privado. Eso no ha cambiado. Lo que ha cambiado es el Estado costarricense. Y mucho.

Queda claro, después de la experiencia vivida con el actual gobierno, que quien vaya a conducir el país a partir del 2018, no puede ser alguien que llegue a aprender, que con gran candor admita que “no es lo mismo verla venir que bailar con ella”, apenas unos meses después de asumido el cargo. Ni alguien que crea que solo es suficiente un ejercicio de voluntad personal, de “voluntad política”, para hacer que las cosas sucedan. Eso es síntoma de una gran frivolidad. O peor aún, de una gran deshonestidad política.

La complejidad de la administración pública costarricense es un hecho objetivo, no una excusa. Un mínimo de conocimiento sobre ese monstruo de mil cabezas que es la institucionalidad estatal, es requisito indispensable para aspirar a la Presidencia de la República.  Ese conocimiento no puede ser solo académico, o estar desactualizado.

La Costa Rica del 2016 se asemeja poco a la Costa Rica de hace 20 años. Es más, la Costa Rica del 2016 es incluso bastante diferente a la Costa Rica del 2007, año en el que el referéndum sobre el TLC con EEUU nos permitió vislumbrar un país en el que subyace un nivel de polarización notable, que convierte el proceso político electoral en algo absolutamente  incierto, y que está ahí, amenazante, presta a manifestarse en circunstancias políticas que así lo propicien.

La conclusión es que la apuesta de 1966 no es repetible en el 2018.  Y no esta de mas recordarlo ahora que parece comenzar el ciclo electoral.

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Esta semana en Café Futbol, ¿cuales serían los mejores clubes para jugadores como Yeltsin Tejeda y Joel Campbell?, así como la salida de Javier Delgado de la LDA, son algunos de los temas comentados en la edición de esta semana por Alvaro Gallardo, Alberto Alfaro y Leo Pandolfi.

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Costa Rica debería poner mucha atención a lo que está pasando en los Estados Unidos. Las apuestas ciudadanas por los candidatos “no políticos” no son nuevas, aun cuando en el pasado normalmente no han terminado bien.  Pese a eso, una sociedad como la estadounidense, que fue capaz de elegir a un afroamericano a la Presidencia apenas 50 años después de que se les negaran derechos,  podría estar a las puertas de elegir como su presidente al que parece ser una versión anglosajona de Hugo Chavez. ¿Cómo es esto posible?

El sustrato “ideológico” del ascenso del populismo es la deslegitimación de la política. Indudablemente hay fundamento en las quejas constantes hacia la política y los políticos, pero la respuesta no puede ser la aspiración peregrina de sociedades sin política ni políticos. “La política es una actividad que se puede mejorar, pero, sobre todo, algo inevitable. Los populismos ignoran u ocultan esta inevitabilidad; extienden la desconfianza hacia los políticos como si fuera posible que de su actividad se hicieran cargo quienes no lo son o actuando como si no lo fueran”, dice el filósofo español Daniel Innerarity.  Se trata de un canto de sirena, capaz de hacer encallar a las democracias en el arrecife del autoritarismo y los conflictos sociales.

Para comprobar esto lo único que debemos es repasar el resultado de los experimentos populistas en países de nuestra región, cosa que hacemos condescendientemente, pensando que esto no es posible en un país como Costa Rica. Que es probablemente el mismo razonamiento que hacen actualmente millones de estadounidenses, los que bien podrían despertar el 9 de noviembre con Donald Trump como Presidente de su país.

domingo, 7 de febrero de 2016

El país de los absolutos, los buenos somos lo malos y la evasión como argumento

¿Cuándo nos volvimos un país del todo, nada, siempre y nunca? ¿Qué fue lo que pasó para que seamos el país de los criterios absolutos, en donde matizar es mal visto, en donde no se reconocen los grises de la realidad, en donde todo es negro y nada es blanco?.

¿Cómo es que ahora TODOS los políticos son corruptos, TODOS los funcionarios públicos negligentes y privilegiados, TODOS los jugadores de futbol son malísimos, TODOS los servicios públicos apestan? ¿A partir de cual momento NADA sirve? ¿Por qué de pronto NADA es posible? “No hay NADA que hacer”, oye uno decir a la gente frecuentemente. Vamos a votar arrastrando los pies –si vamos-, porque estamos convencidos que NADA va a cambiar.

Porque, claro, SIEMPRE pasa lo mismo. SIEMPRE llegan al poder quienes solo quieren robar (llegan de manera espontánea, nunca con nuestros votos). Y por eso NUNCA hacen nada, y NUNCA mejoraremos la situación. Vamos irremediablemente al barranco, si no es que estamos ahí.

Este es, al decir de algunos “un país en ruinas”, en el que, como escribió Carlos Cortés en su novela, “no pasa nada desde el Big Bang”. Y cuando alguien intenta demostrar que ALGO (palabra desterrada del vocabulario político contemporáneo), se ha hecho, la percepción tiene mas valor que los datos, la opinión y el prejuicio mas peso que la estadística. “Usted puede darme todos los datos que quiera, pero la percepción de la “gente” (esa categoría indeterminada que utilizan algunos para contrarrestar las cifras) es completamente otra”, argumentan los heraldos del apocalipsis.

Ciertamente los políticos –me incluyo-, tenemos responsabilidad en este estado de ánimo. Pero no solo son los políticos. Otros actores han contribuido. Comenzó cuando la preocupación de la ética en la función pública dejó de ser una aspiración bien intencionada, y se convirtió en una cacería de brujas que aun no termina. Cuando los linchamientos mediáticos de los reportajes periodísticos sesgados y mal fundamentados, se comenzaron a ver como buen periodismo. Cuando lo políticamente correcto es ser pesimista, criticón y choteador.

Tenemos que saber que si seguimos por este camino, terminaremos siendo lo que decimos que somos.

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En línea con las reflexiones anteriores,  una lógica muy particular se ha apoderado de la valoración de ciertos hechos políticos en Costa Rica. Uno de estos es el abstencionismo, que por una curiosa inversión de valores, es ahora presentado como una manifestación de alto civismo.

Prevalece un discurso anti-político en nuestro país. Hay sin duda responsabilidad de los políticos –aunque no son los únicos-, no solo por el tema de corrupción, sino además por la dificultad creciente para concretar sus promesas electorales, tanto por negligencia, como por un ordenamiento jurídico asfixiante. Pero lo cierto es que la política ha terminado siendo vista como una actividad éticamente cuestionable, en donde prevalece el interés personal, y el interés común es secundario a oscuros designios de corrupción individual.

Quienes votamos entonces no somos buenos ciudadanos, sino cómplices. Somos personas que, en el mejor de los casos, ejercemos un derecho inútil llevado por el peso de la tradición partidaria, o deslumbrados por propaganda sin contenido. En ese contexto, el abstencionista no es una persona que rehúye sus obligaciones con la comunidad, sino un ciudadano pensante, inteligente, que no se deja embaucar por la política y, sobre todo, por los políticos.

Esta visión tiene implicaciones muy negativas.  Ciertamente la no participación es una forma de participación, pero cuando cualquier actividad relacionada con intereses que van más allá de lo personal, es vista como una actividad “política” y, por lo tanto, indigna o irremediablemente corrupta, se erige un obstáculo formidable para que la ciudadanía se integre a la acción comunal, que es uno de los pilares importante del desarrollo de cualquier país.

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El Ministerio de Hacienda anuncia que la evasión y la elusión representan mas del 8% del PIB. Lo hizo de una manera que parece, en el mejor de los casos, imprudente, dado que apenas inicia el debate sobre la reforma fiscal. A partir de ahora, el argumento de “no es necesario aumentar impuestos, con solo controlar la evasión y la elusión sería suficiente para controlar el déficit”, es uno que vamos a escuchar frecuentemente en el debate fiscal.

El tema no es tan sencillo, pero el daño ya está hecho. Combatir la evasión no es fácil, y en algunos casos requiere de tantos recursos que no es rentable hacerlo. Y la elusión posiblemente requiera de reformas legales complejas, en una Asamblea Legislativa en donde estos temas son objeto de interminables discusiones, y en donde habrá grupos que sin duda harán todo lo posible para entrabar aun mas un debate de esta naturaleza.

No significa que no hagamos nada, pero hay una situación urgente ante la que se debe actuar. Hay que eliminar portillos y endurecer controles, pero utilizar este tema para oponerse al aumento de impuestos es incorrecto. Por mas que el Ministerio de Hacienda les haya hecho el favor de presentar esta noticia tan chapuceramente.

martes, 2 de diciembre de 2014

Aprender a bailar

Estos primeros meses del gobierno de Luis Guillermo Solís pueden resumirse en una sola frase pronunciada por el Presidente mismo: no es lo mismo verla venir que bailar con ella. La verdad incontrovertible que esta pública admisión revela, tiene una explicación mas o menos sencilla y consecuencias realmente muy complejas.

 La campaña electoral del 2014 se desarrolló básicamente sobre dos premisas: una, que la situación del país era tan extrema que se requería un cambio a toda costa. La otra, mas aventurada como está empezando a descubrir el Gobierno, era que el cambio era posible simplemente si se tenía la voluntad para concretarlo.

No se recuerda una campaña electoral en donde se pintara una imagen tan sesgada del país. Un observador extranjero habría tenido muchos problemas para identificar, en la vivencia cotidiana de la gente, las señales de la debacle de proporciones bíblicas que se vaticinaba para este sufrido pueblo.

Ahora estos excesos han vuelto para acosar al Gobierno. Cada vez es mas claro que las cosas no estaban, ni se venían haciendo, tan mal como se dijo. No solo se continuó con algunas políticas importantes (en seguridad, en lo social, en política monetaria, en comercio exterior y en relaciones exteriores, entre otras), sino que el mismo Presidente se queja, aparentemente sorprendido, de esta percepción negativa de la situación del país. “Veo y siento en el extranjero mucho optimismo sobre inversión económica, regreso acá y veo todo un irónico pesimismo” expresó en redes sociales y en una conferencia de prensa; “hay una actitud como si se estuviera acabando el mundo” . Siembra vientos…

Si las cosas al final no estaban tan mal, ¿cómo concretar ese cambio nebuloso que se prometió en campaña? En lo sustantivo a lo sumo se deben realizar algunos ajustes. ¿Pero cambios de fondo, nuevos paradigmas? Ninguno hasta ahora. Ante la falta de claridad, se ha apostado desproporcionadamente por lo simbólico, la iza de banderas, la poda de arbustos, la declaratoria del maíz como patrimonio cultural. Y eso, que podría ser mucho en otro momento, es poco para un gobierno que como este prometió un cambio que no tenía, ni parece tener, definido con certeza.

La segunda premisa que sustentó la campaña del PAC, es posiblemente la mas peligrosa y la que le costará mas al Gobierno: que el cambio era posible con tan solo hacer un esfuerzo mayor. Que el cambio dependía de la "voluntad política" que, aseguraban señalando acusadoramente, los anteriores gobiernos no habían tenido.

La verdad es que –tal y como cándidamente lo admitió el Ministro de la Presidencia en el caso del costo de los combustibles-, desconocían cómo funcionaban las cosas. Así fue como se lanzaron esas promesas audaces que se veían muy bien en la prensa, pero que volvieron para aterrorizar al Gobierno: bajar el precio de la luz ("YA, no en tres meses"), disminuir el costo de la gasolina ("en las primeras semanas"), cerrar CONAVI ("y sus hermanitas perversas COSEVI, Concesiones, el CTP"); clausurar ("el primer día") la DIS, nombrar a todo mundo por concurso ("Mariano Figueres NO tendrá cargo en este Gobierno”). La implacable realidad del ejercicio político ha obligado a la rectificación, con un alto costo político en un entorno en donde la población no encuentra ya ningún consuelo en ese millón de votos que le aportó al PAC.

Lo cierto es que la complejidad del Estado costarricense, hasta ahora una excusa según algunos, impone, para poder acometer los cambios que se necesitan, la necesidad de forjar coaliciones amplias a partir de un ejercicio claro de definición de prioridades y ámbitos de negociación. Creer que esto se logra llamando a un diálogo con partidos políticos y grupos organizados, en una especie de Asamblea Legislativa paralela como lo hizo el Gobierno, es una muestra más de la ausencia de una visión estratégica, así como de una gran confusión en la conducción política.

Y poco ayuda la ambiguedad del Gobierno, que por un lado dice querer abrir espacios y por el otro golpea incesantemente a la oposición, aparentemente envanecido todavía por su triunfo electoral del que insiste en extraer conclusiones complacientes. Tampoco ayuda la debilidad política del que debería ser su principal enlace con la Asamblea, cuestionado por tirios y troyanos, y cuya propensión a cometer errores lo ha convertido en una pesada cruz para el Presidente.

La consecuencia mas grave de todo este entuerto es una población cada vez mas impaciente, y como lo comienzan a demostrar algunas mediciones de opinión pública, capaz de pasar del entusiasmo a la desazón en muy poco tiempo, ahora tal vez mas propensa a optar por alternativas que en el pasado ha descartado como alejadas de la idiosincracia costarricense. Ojalá que ese no termine siendo el legado de un gobierno que se tiró a pista sin saber bailar.

domingo, 5 de mayo de 2013

El borrachito de la cédula


Teníamos tal vez 19 o 20 años aquella madrugada en que un grupo de amigos veníamos caminando del entonces popular bar “La Caracas”, lugar que habitualmente era la parada final de una noche de tragos y que quedaba a 100 metros al oeste de la Iglesia de Santa Teresita, famoso por su boca de "chucitos". Eran alrededor de las 3 de la mañana, tal vez un poco mas tarde, cuando nos topamos un operativo policial en donde allanaban una casa en Barrio Escalante. Uno de mis amigos, en ese momento estudiante de segundo año de derecho, y probablemente deseoso de mostrar en todo momento su respeto por el ordenamiento jurídico que ahora estudiaba y -hay que decirlo-, un poco intoxicado por la larga noche de tragos, sacó a duras penas su cédula de la billetera y con un gesto dramático, que denotaba, por lo menos creía él, su respeto a la ley, se acercó a uno de los policías y blandiendo su cédula le pidió a un oficial que verificara su identidad. El policía, mas preocupado por el desarrollo del operativo, lo miró con una expresión incrédula, probablemente sorprendido por lo inoportuno de la solicitud. Pese a esto, el oficial agradeció el gesto de mi amigo, diciéndole que en ese momento no era necesario, y le mandó mas bien a retirarse.

Mi amigo no pudo ocultar su desazón por la respuesta del policía, pero no iba a dejar que eso le impidiera cumplir con lo que percibía como su ineludible obligación legal. Citando algunos artículos de códigos innombrables, siguió atosigando al policía para que le aceptara la cédula y comprobara no solo su identidad, sino además lo buen ciudadano que era, obediente y temeroso de las leyes que ahora empezaba a conocer. El oficial fue pasando de la incredulidad risueña a la impaciencia apenas contenida, y después de varios minutos de inútil discusión con mi amigo se volvió hacia nosotros y notoriamente disgustado nos gritó “¡llévense al borrachito de la cédula!”.

Cierta gente en redes sociales me recuerda al borrachito de la cédula. Al igual que mi amigo hace treinta y tantos años, andan con la cédula de las ideas trasnochadas y los insultos esperando discusiones en RRSS en las que desesperadamente quieren ser incluidos aun cuando no aporten nada mas que frases vacías, golpes de efecto o simplemente ofensas o injurias. Gente que no hace propuestas, muchas veces porque no las tiene, pero en otras porque sabe que su pensamiento radical es rechazado mayoritariamente. Entonces lo que queda es atosigar para llamar la atención, citar artículos de códigos innombrables y tratar de hacer escándalos en donde no los hay. Son los borrachitos de la cédula de las RRSS. Todos sabemos quienes son. Y hasta deberían tener una etiqueta propia (¿#BDLC?).

Por cierto que mi amigo finalmente terminó siendo un abogado exitoso y respetado con el que me reúno frecuentemente a recordar las peripecias de nuestra juventud. Siempre ha insistido que el episodio de la cédula no es cierto. Pero lo que pasa es que no se acuerda. ¿O será que no quiere acordarse?

jueves, 16 de abril de 2009

More Than Half of Voters Used Internet for Election News

Tomado del New York Times. ¿Iremos en esa dirección en Costa Rica?


More Than Half of Voters Used Internet for Election News
By Katharine Q. Seelye

Researchers have now confirmed what was evident to most political campaigns last year — more than half of the voting-age public used the Internet last year to find out about, write about and comment on the presidential election.

About 55 percent of all adults — about three-fourths of all people who are online — said they went to the Internet for news about the election, according to a survey by the Pew Internet & American Life Project. This is the first time that more than half the country’s adults said they used the Internet for political purposes.

Two findings of the survey stand out. One is that more people are going to sites that reinforce their partisan views.

A third of those who went online for political news in 2008 said they sought out sites that agreed with their viewpoints — up from a quarter of people who said that in 2004.

There was a corresponding dip in the numbers of those who said they went to sites with no particular point of view, that is, only about a quarter of people went to neutral sites this year whereas in 2004, about a third had sought out neutral sites.

The other striking finding was that, despite the increasing role of the Internet, it is still no match for television.

In 1996, less than 5 percent of adults went online for most of their campaign news. By 2008, that had jumped to 26 percent. That seems impressive, until you look at the numbers for television.

In 1996, a little more than 70 percent of adults got most of their news about politics from television; by 2008 that number had climbed to nearly 80 percent. The debates and primary voting nights, not to mention Election Day itself, were ratings monsters for TV.

Poor old newspapers have not fared so well. In 1996, about 60 percent of people said they got most of their election news from newspapers; by last year that had plummeted to less than 30 percent. That was more than went online, but still …

Radio as the main source of campaign news fell slightly, to about 25 percent last year. Magazines were a major source of news for less than 10 percent of people in 1996 and are now the major source for less than 3 percent.

The trends are even more pronounced among people with broadband connections at home. They are twice as likely to go to the Internet for political news as they are to pick up a newspaper.

The survey, of 2,254 adults, was conducted between Nov. 20 and Dec. 4 with a margin of sampling error of two percentage points.

martes, 17 de marzo de 2009

Una diferencia notable

Algo que disfruto muchísimo cada vez que viajo es ver la televisión local, especialmente los programas de noticias, que me permiten hacerme una idea -muy general-, sobre la realidad del país. He de decir que los telenoticiarios se parecen bastante en todos los países que he visitado (que tampoco son muchos), pero que en la programación cotidiana que sigue a los noticieros si hay una diferencia notable: normalmente la transmisión matutina de los canales se inicia con un telenoticiero a primera hora (6, 6:30 de la mañana), seguido de un programa, habitualmente de una hora de duración, de análisis, entrevistas y debate sobre temas de interés público relacionados con la política. Eso lo he visto tanto en países centroamericanos como sudamericanos y europeos.

En Costa Rica las noticias matutinas son seguidas de las denominadas "revistas" televisivas que tratan de temas absolutamente apolíticos. No entro a juzgar la pertinencia, valor o relevancia de los temas que se tratan en estos programas, solo quiero hacer evidente esta diferencia que me intriga. Países que los costarricenses tendemos a ver por encima del hombro en materia de vivencia democrática y política le otorgan a la discusión y el análisis político una relevancia tal que la programación matutina, sobre todo a la hora en que las familias tienen encendidos sus televisores mientras se preparan para ir al trabajo o a los estudios, se encuentra dominada por emisiones de esta índole. ¿Por qué será esta diferencia?