Gobernar es un ejercicio complejo. Para muchos, esto no es mas que una excusa. Pero muchos de los que piensan así, casi que me atrevería a decir que todos, nunca han estado en gobierno. Desde esa ignorancia es fácil sostener ciertas posiciones. Pero una vez que se tiene la manija del poder político, las cosas cambian radicalmente. Ya lo dijo el presidente Solís: "no es lo misma verla venir que bailar con ella". Peor aun si no se sabe bailar, o se baila mal.
El conflicto en torno al contrato de concesión para la construcción de una terminal de contenedores en Moín, es un ejemplo perfecto de lo que menciona FHC. Muchos de los que hoy en el Gobierno defienden a capa y espada "la legalidad" y "el clima de inversión", se oponían exaltados a la "entrega de la soberanía", exigían diálogos "amplios y patrióticos", y prometían en sus propuestas electorales, -como lo hizo el PAC-, "la renegociación de los contratos de concesión de puertos". Activistas de izquierda, ambientalistas y hasta exdiputadas que se oponían a la TCM, son ahora adalides del libre comercio, la competitividad y la eficiencia en los puertos. Empezamos a oír a conspicuos miembros de la "sociedad civil" a utilizar razonamientos basados en el Doing Business y los informes de competitividad global del Banco Mundial y la OCDE, como argumentos para impulsar el desarrollo (aunque hay que decir que esta vena capitalista de algunos de esos izquierdistas con bolsillo de derecha se empezó a manifestar en la piñata que fue la campaña electoral del PAC, en donde algunos afortunados recibieron centenas de millones de colones). Los argumentos antes catalogados como "neoliberales" tienen una tonalidad particular en boca de los conversos.
Igual pasaba con "la crisis". En la campaña electoral se pintó un escenario de crisis, estábamos, según algunos, al borde del caos social. El país se caía a pedazos. Desde esta lógica, se imponía un cambio a toda costa. Y la campaña electoral giró sobre esa premisa, reforzada por el discurso apocalíptico de todos los partidos de oposición, y la desesperante ambigüedad del partido oficial. Pero pasados 6 meses de gobierno, el Ejecutivo "descubre" que el país no está mal. El mismísimo presidente, obligado ahora sí a promocionar al país para atraer inversión, se queja, aparentemente sorprendido, de esta percepción negativa de la situación del país. “Veo y siento en el extranjero mucho optimismo sobre inversión económica, regreso acá y veo todo un irónico pesimismo” expresó hace apenas unas semanas en redes sociales. Y lo reafirmó en una conferencia de prensa, tal como lo informaron los medios: “presidente Solís niega crisis y dice que “hay una actitud como si se estuviera acabando el mundo”". Siembra vientos...
Pero además, no ha habido, en lo esencial, ningún cambio en las políticas públicas que se habían venido ejecutando. Porque en el fondo, lo que se estaba haciendo era lo que se tenía que hacer. En política monetaria, en lo social, en salud, en educación y sobre todo en infraestructura, ámbito en el que pasarán los próximos cuatro años ejecutando proyectos que se dejaron listos, no hay "cambio". El único -para mal-, es en política fiscal, con lo que en la de menos el tan cacareado cambio terminará mas bien provocando un desmejoramiento de la situación del país. De tanto decir y querer hacernos creer que el país estaba en crisis, podrían terminar provocando, por impericia, una de verdad.
Todo esto es producto de, ahora sí, tener las riendas. No es ya imaginarse como será eso de gobernar y decir lo primero que uno cree que quiere oír la gente, es tener que hacerlo guardando los complejos balances que requiere conducir un país. Se dan cuenta, no les queda mas remedio, que la realidad es otra. Dentro de cuatro años, cuando posiblemente estén de nuevo en la llanura, tal vez, con un mejor conocimiento de lo que se trata esto, sean una oposición más responsable. Ya eso sería una gran ganancia para el país, y un cambio, ahora sí, verdaderamente valioso.
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