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domingo, 15 de octubre de 2017

Libertad de expresión y redes sociales

Twitter: @robertogallardo
La libertad de expresión es un derecho complejo, porque aun cuando se garantice legalmente, también puede ser limitada de múltiples maneras en la práctica cotidiana. No deja de ser paradójico que sea en las redes sociales, una vez celebradas como una promesa para la libertad de expresión, donde se concrete la amenaza contemporánea más importante a ese derecho básico, del que el político estadounidense Daniel Webster alguna vez dijera “si tuviera que renunciar a todos los derechos menos uno, me quedaría con la libertad de expresión, porque desde esta podría recuperar todos los demás”.

Sobre este tema reflexiona el periodista español Juan Soto Ivars en su libro “Arden las redes: la postcensura y el nuevo mundo virtual”. La tesis principal de libro es que en las redes sociales ha aparecido una nueva forma de censura, una que se diferencia de la censura clásica en tanto no depende de un poder centralizado para su imposición, sino que se origina en la acción cotidiana de grupos formados alrededor de coyunturas específicas, y que se apoya en gente “sin más compromiso que la necesidad de que el grupo les dé la razón”. Estos grupos, junto a “un nuevo tipo de prensa sensacionalista (que) promociona y legitima estos sentimientos exacerbados”, nos han sumido en una “guerra intransigente de puntos de vista”, en la que el “debate racional es prácticamente imposible”.

En este entorno, la postcensura se presenta como un fenómeno de “silenciamiento”, en el que las personas limitan su libertad de expresión ante el temor al linchamiento digital. Así ciertas ideas desaparecen del debate público, cosa que es celebrada por grupos que tienen una concepción restringida de la libertad de expresión. Y no se trata de una situación sutil: hay grupos que exigen, a nombre de una causa, de una visión o simplemente desde su disenso, el recorte de la libertad de expresión. Y lo hacen, frecuentemente, en nombre de una moralidad que se presenta como progresista, pero que en realidad es profundamente autoritaria.

Y no solo se trata de las ideas, sino de los momentos en los que se puede o no expresar esas ideas. Un ejemplo de esto se dio recientemente durante la emergencia provocada por la tormenta Nate. Cualquier intento de cuestionar de la actuación de las autoridades ante la emergencia, resultó en una reacción propia de una sociedad que no soporta la libertad de expresión, o peor aún, que simula soportarla, pero que en la práctica cuestiona. Uno entonces podría preguntarse, ¿se ha llegado demasiado lejos con la libertad de expresión? ¿Es este un valor que debe respetarse en cualquier momento? ¿O hay circunstancias en las que el derecho queda supeditado a consideraciones coyunturales?

La respuesta, citada por Ivars Soto en su libro, viene del Comité de Derechos Humanos de la ONU: ""el derecho a la libertad de expresión no solo se aplica a las informaciones e ideas generalmente consideradas útiles o correctas", sino que incluye expresiones controvertidas, chocantes e incluso falsas: “El mero hecho de que una idea sea desagradable o sea considerada incorrecta no justifica su censura"". Agregaría, además, en línea con lo que manifiesta el Comité, que no existe un momento idóneo para el ejercicio de la libertad de expresión; este no se debe limitar a la existencia de condiciones particulares o coyunturales específicas.

Así pues, tanto la censura clásica como la postcensura se presenta en “el choque que se produce cuando el individuo libre quiere expresar una idea y la comunidad quiere impedírselo. No son simplemente herramientas de poder, “sino la consecuencia de que un individuo o un grupo se arrogue el derecho de silenciar a otros individuos o grupos”. Esto es a todas luces inaceptable.

Si queremos un sistema democrático en el que el derecho de libertad de expresión sea efectivo, nos dice el abogado y profesor estadounidense Cass Sunstein, “las personas deben ser expuestas a materiales que no hayan escogido. Encuentros no anticipados ni planeados con ideas diferentes son centrales para la democracia en sí misma. Esos encuentros deben incluir puntos de vista que la gente no haya buscado y que incluso encuentre molestos, pero que podrían pese a todo cambiar sus propias visiones. Estos son importantes para combatir la fragmentación, la polarización y el extremismo, que son resultados predecibles cuando solo se habla con la gente que piensa parecido a uno”.

La forma más eficaz de combatir la postcensura, y resistir el avance del autoritarismo en las redes sociales, y eventualmente en la sociedad misma, es no renunciar nunca a nuestro derecho a expresar una idea en el momento en que lo consideremos pertinente. Si comenzamos a ceder ante los grupos que pretenden limitar no solo la expresión de esas ideas, sino además los momentos en las que pueden expresarse, estaremos comenzando a resignar  ese derecho que como dijo Webster, es el que nos permitiría recobrar todos los que podamos perder. No lo permitamos.

martes, 4 de diciembre de 2012

Picoteo, titulares y la locura de las redes en el debate público

Hace ya un tiempo me referí al tema de los cambios que se están generando en la forma en que la gente lee, a raíz de un artículo de Mario Vargas Llosa sobre el libro "The Shallows: what internet is doing to our brains" de Nicholas Carr. Básicamente decía que un resultado concreto de nuestra interacción cotidiana en internet es que hemos dejado de leer en profundidad, y nos hemos ido convirtiendo en "picoteadores" de información, pasando de un tema a otro sin profundizar en ninguno, tal y como comúnmente hacemos cuando navegamos por la red.

Entonces, sostenía yo en mi blog, si efectivamente la gente se queda con la primera impresión, sin profundizar en lo que lee, habría que repensar la forma en que se definen los titulares de las noticias, en tanto en muchos casos, y como consecuencia de este cambio en nuestros hábitos de lectura, eso será lo único que leerá la mayoría de las personas. Y, peor aún, ese será el único argumento con el que la gente se formará una opinión sobre un hecho noticioso.

Pero ahora habría que agregar un elemento adicional: el efecto multiplicador/distorsionador de las redes sociales. Un titular ambiguo puede convertirse de pronto en una tormenta en redes sociales, con el agravante que, siendo Twitter el ámbito más activo en la discusión de los temas de coyuntura, los debates quedan reducidos a 140 caracteres, con lo que muchas veces la pobreza lógica y argumentativa se hace aun mas evidente.

Hace unos días se dio el ejemplo perfecto. La Presidenta Chinchilla, en razón de alguna de las marchas que de los últimos días, y ante una pregunta específica de un periodista sobre si esto no  era preocupante o podía causar inestabilidad, dio unas declaraciones en las que expresaba su convicción de que las marchas eran una expresión común en las democracias, y por lo tanto no había que asustarse ni preocuparse por su recurrencia.

De esa afirmación, que tiene un profundo carácter democrático, se derivó el titular de un medio que en su página web dio cuenta de esta declaración bajo el título "A Presidenta Chinchilla no le preocupan las marchas". Este titular, que es estrictamente correcto, pero que no recoge el sentido de la declaración de la Presidenta, fue el detonante de un proceso increíble en Twitter.

Los primeros tuits se limitaban a reproducir el titular haciendo algún comentario corto del tipo "entonces no le preocupa el pueblo". De ahí se pasó a la acusación de "gobernar para unos pocos porque que no le importa la gente". De pronto, la declaración de la Presidenta no era que no había que preocuparse, sino que a ella no le importaba la gente, ni el pueblo. Y porque no le importaba la gente, pues lo lógico era que renunciara "y se llevara a todos esos ineptos que la acompañan". Pero por supuesto que no iba a hacer eso afirmaban con absoluta seguridad algunos tuiteros, porque "despidió a la pobre Karina solo porque era mujer", mientras mantiene en su cargo a los hombres y que, claro, eso es de esperarse "del gobierno mas corrupto de la historia", o "el peor gobierno de la historia", y de una Presidenta "machista" sin ninguna sensibilidad social.

Por arte de la interpretación creativa de ese titular de seis palabras, la Presidenta pasó a ser una especie de Maria Antonieta tropical absolutamente indiferente a los intereses de la gente, producto por supuesto, de ser una "marioneta de los Arias/Figueres/Araya/La Nación/la conferencia episcopal", escoja usted. Pero claro, decía una conspicua tuitera con una relacion inversamente proporcional entre su capacidad de insultar y su inteligencia, ¿qué podía esperarse de una "hija predilecta de María",  que permite -ella personalmente- el aleteo indiscriminado de tiburones? ¿Que trató de dar un golpe de estado -que urdió desde España adonde había viajado mientras en el país había marchas que claro, ahora los sabemos, no le importaban-, a la Corte Suprema de Justicia? ¿Que aprobó -ella sola-, una Ley Mordaza para acallar a la gente, para que no puedan denunciar la corrupción?

Y ya no hubo mas tiempo para mas, porque en eso comenzó Intrusos y la discusión se tornó en una competencia a ver quien podía decir las cosas más insultantes contra los integrantes del programa, y de paso hablar mal de 7 Estrellas, el Chinamo y, por supuesto, el preferido de todos: Combate.

Afortunadamente las redes sociales siguen siendo un fenómeno limitado con una participación muy desigual y poco democrática. Pero podría llegar el momento en que comiencen a incidir en el nivel del debate público, sobre todo si los medios de comunicación siguen utilizando lo que se dice en ellas como representativo del sentir nacional. Y si por la víspera se saca el día, llegará un momento que no habrá debate, sino una gritería ensordecedora en la que nadie se escuche. Hasta que comience Combate.

martes, 16 de marzo de 2010

Tengo nuevamente un barrio

Un día de estos un amigo me preguntó cómo podía explicar el encanto de Twitter. No me había detenido a pensarlo hasta ese momento, pero lo primero que se me ocurrió me pareció finalmente la mejor descripción posible: para mí Twitter es el equivalente al barrio de mi juventud.

El barrio era el lugar en donde estaban los amigos. Lo ideal era que quedara cerca de donde uno vivía (o que uno viviera en el barrio), pero podía darse el caso de que uno viviera en otro lado pero igual perteneciera al barrio. A mí me pasó, cuando me pasé a vivir a Sabanilla a los 15 años, pero mi barrio siguió siendo San Pedro hasta que me casé.

Al barrio uno iba si estaba aburrido en la casa o cuando venía del cole. Había puntos de encuentro tácitamente prefijados, la casa de fulano, la acera enfrente de la casa de fulana, el parquecito detrás de la embajada tal. Podía ser que la gente se pusiera de acuerdo para verse en alguno de estos puntos, o que las reuniones surgieran espontáneamente. Darse una vuelta por esos lugares para ver a quién se encontraba uno era el final perfecto para un día de colegio, o el inicio de una larga noche de conversaciones variadas, a veces matizada con alguna bebida espirituosa.

Tengo la impresión que ese tipo de barrio ya no existe, al menos en los grandes centros urbanos. Me parece identificar algo parecido aquí en Santa Ana, porque periódicamente veo un grupo de jóvenes reunidos enfrente de una casa cerca de la mía, pero esto es una excepción. Siguen existiendo las barras de amigos, pero me parece que el centro de reunión que era el barrio ya no es lo que era antes.

Hasta que llegó Twitter. Es el mismo sentimiento. Llegamos a la casa y nos damos una vuelta por el barrio, a ver de qué hablan los amigos, quiénes están y quiénes se han perdido, cuáles son los últimos comentarios/chismes/opiniones/tópicos de interés. Como lo hacíamos en el barrio, a veces simplemente oímos a otros conversando y a veces somos nosotros los que opinamos. Como a menudo sucedía en el barrio, puede haber varias conversaciones simultáneas con diferentes niveles de profundidad o superficialidad. Estar ahí nos descansaba y pasábamos un rato ameno. Y por eso siempre queríamos volver. Igual que en Twitter. Treinta y tantos años después de haber perdido mi barrio, ahora puedo decir que tengo uno nuevo. ¡Me encanta!