Hace unas semanas circuló por la red un artículo en donde Kevin Casas hacía algunas reflexiones sobre el libre comercio. Confirmando mi sospecha de que alguna gente aun no ha podido superar la derrota sufrida en el referéndum del 7 de octubre del 2007, las opiniones de Kevin fueron interpretadas, como habitualmente lo hizo a lo largo del debate sobre el TLC un cierto sector del "No", de manera parcial y presentando su posición como contradictoria con lo que defendió en ese debate, sin entender que la realidad no es dicotómica, y que una posición puede tener matices sin dejar de ser coherente.
Kevin, un poco asombrado por la reacción de cierta gente, radactó esta respuesta, con la intención de publicarla en la prensa escrita costarricense.
¿Por qué la incomodidad con la incomodidad?
Kevin Casas Z.
A principios de setiembre publiqué un artículo en la revista Yale Global titulado ¿Por qué la incomodidad con el libre comercio? Para mi sorpresa, el artículo fue publicado en varios países y terminó circulando en Costa Rica. Por expresar puntos de vista críticos sobre el libre comercio generó aquí reacciones curiosas, incluso en estas páginas. Como esas reacciones me parecen reveladoras de serios equívocos no está de más escribir una cuartilla adicional.
En mi artículo señalo claramente que el libre comercio es un objetivo deseable para los países en vías de desarrollo. La evidencia tiende a sustentar ampliamente los efectos beneficiosos de la apertura comercial en los niveles de desarrollo. Correlativamente, sustenta aún mejor los terribles efectos que el proteccionismo comercial tiene sobre el desarrollo, como lo demostró con contundencia la experiencia de la Gran Depresión, la que, por cierto, haríamos bien en revisar con cuidado ahora que la economía mundial está pendiendo de un hilo.
Otra cosa, por supuesto, es cómo se conduce la discusión de la liberalización comercial en la práctica. Sobre esto sí tengo una gran desilusión –que es la misma que tienen desde la OMC hasta OXFAM— de ver cómo lo que podría ser un proceso muy beneficioso para todo el mundo, termina por distorsionarse en los hechos y conduce a resultados menos que óptimos. Fruto de esa desilusión es el artículo que escribí. Al decir que hay hipocresía en el discurso de los países desarrollados, que la asociación de la apertura comercial con la venta de empresas estatales es desafortunada, que el debate democrático sobre el libre comercio ha sido escaso en todas partes y que el libre comercio tiene efectos más bien perjudiciales sobre la desigualdad, no estoy diciendo más que cosas obvias, que yo, al menos, sé desde hace tiempo.
Pero hay que tener mucho cuidado con saltar a la conclusión de que, por todo ello, era mejor rechazar el TLC con EEUU y que, como dijo un muchachón en algún colorido blog, he incurrido en una "nauseabunda contradicción argumental". Quien así argumenta sufre de una enorme pereza mental.
Examinemos cada una de las afirmaciones del artículo. Ciertamente la duplicidad de los países desarrollados ha impedido el éxito de la Ronda de Doha, que es un foro en el que los países en vías de desarrollo pueden defender sus intereses con mucha mayor probabilidad de éxito. Yo deploro esa duplicidad, pero no estoy dispuesto a renunciar a la posibilidad de continuar el proceso de apertura comercial –que es esencial para un país del tamaño de Costa Rica—por medio de acuerdos bilaterales o regionales, por más que estos sean menos deseables. El costo que impone la hipocresía de algunos países es alto pero sigue siendo menor que el costo de darle la espalda a la globalización.
En segundo lugar, puedo entender por qué en el debate público la privatización de empresas públicas ha terminado en el mismo saco que la apertura comercial, pero igual lo lamento, toda vez que se trata de procesos distintos, que a veces caminan juntos y a veces no. Uruguay y Costa Rica han abierto sus economías al comercio, pero no han privatizado. Brasil ha privatizado casi todo, pero sigue siendo una economía relativamente cerrada. Es evidente que muchos procesos de privatización en América Latina fueron un desastre pero eso me dice muy poco sobre los méritos de la apertura comercial. En todo caso, no hay que olvidar que, pese a argumentos en contrario repetidos hasta la saciedad, el TLC no ha privatizado al ICE o al INS y es dudoso que ese vaya a ser el resultado final. Ese no fue el resultado de la apertura de las telecomunicaciones en Uruguay o en los países nórdicos y de nosotros depende que no lo sea en Costa Rica.
En tercer lugar, la afirmación de que el libre comercio no ha ido acompañado de un debate democrático no se aplica a Costa Rica y al TLC, como yo lo advierto en el artículo. Obviamente, hay gente en el país para la que un debate de casi 5 años y un referéndum no son prueba de apertura democrática, pero sospecho que quienes así opinan no tienen un problema con el procedimiento sino con su resultado.
En cuarto lugar, si el TLC va a complicar los problemas distributivos en Costa Rica, eso no es razón suficiente para oponerse a él, sino para impulsar lo que, en mi criterio, tiene la clave para una transformación progresista en Costa Rica: una reforma tributaria digna de ese nombre. A fin de cuentas, los países nórdicos están entre los más equitativos del mundo y, al mismo tiempo, entre las economías más abiertas.
Finalmente, el tema de la propiedad intelectual y el desarrollo, que me preocupa mucho, va bastante más allá del contenido negociado por Costa Rica en el TLC con EEUU. El contenido de las regulaciones globales de protección a la propiedad intelectual es casi tan preocupante como aquel. He ahí un problema que Costa Rica no puede resolver sola, por más vehemente que sea su oposición a lo negociado en el TLC. Tratar de resolverlo ahí es equivocado y es inútil. Me temo que eso requiere una coalición mucho más amplia de países, que trabajen en esa dirección en los foros multilaterales.
Así, ninguno de estos argumentos conduce a rechazar el TLC. Ello por una razón elemental. Nunca he afirmado que el TLC es una muestra óptima y destilada de lo que debe ser un acuerdo de libre comercio. Se trata de un acuerdo con deficiencias serias, pero cuyo balance general para el país es ciertamente defendible, no porque sea la clave de nuestro desarrollo, sino porque la opción de quedarse fuera de él era y sigue siendo mucho peor. Siempre tuve claro que estábamos escogiendo entre opciones muy imperfectas, como tantas veces sucede en la política. Me imagino, por ejemplo, que ningún miembro del Congreso de EEUU está feliz de socializar las pérdidas de Wall Street, pero el precio de no hacerlo es demasiado alto como para contemplar esa opción. Por ello, a pesar de los pesares, volvería a votar a favor del TLC por motivos absolutamente pragmáticos, sin grandes ilusiones y con plena conciencia de las limitaciones de lo que estoy escogiendo.
Así, pues, hay aquí dos proposiciones que no son excluyentes: 1) El libre comercio es un objetivo deseable, pero es imprescindible mejorar y democratizar la forma en que se traduce en la práctica (de eso se trataba mi artículo, no de un manifiesto para defender el proteccionismo. 2) El TLC con EEUU es una muestra bastante imperfecta de acuerdo comercial, pero adoptarlo con sus defectos es mejor que la opción de rechazarlo. Obviamente, ambas proposiciones son debatibles, pero aceptar la primera no obliga a rechazar la segunda.
No espero que estas razones tengan el menor impacto en quienes, con los ojos desorbitados, las venas saltadas y el resentimiento social a flor de piel, son incapaces de ver una onza de verdad en la posición de quienes no piensan como ellos. No es a ellos a quienes me dirijo. Quisiera, más bien, que me leyeran quienes sí están dispuestos a tener una discusión seria y matizada sobre la apertura comercial y sus efectos en el desarrollo. Aunque tuvimos un debate nacional antes del referéndum sobre el TLC todos sabemos que no fue un debate de calidad, sino una discusión deformada por las medias verdades y las descalificaciones mutuas. Yo fui parte –y parte nada menor—de esa falla colectiva. Ahora lo lamento. Por la salud de nuestra discusión pública realmente quisiera ver a muchos otros –en ambos lados de la barrera—hacer aunque solo fuera un atisbo de este reconocimiento.
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