En el año 2012 se produjo una disminución de la pobreza de 1,1%. La vocera del INEC en ese entonces, al anunciar el dato, calificó la situación como una de “estabilidad o estancamiento”. Curiosamente, el mismo INEC considera que el descenso de 1,2% del año 2016 es una “reducción”, pese a que la diferencia con el dato del 2012 es de apenas 0,1%. Parece ser que hubo un cambio notable en los criterios para clasificar un dato como no significativo, y que el gobierno actual, con un 0,1% logró superar la barrera metodológica para que, ahora sí, se considere este dato como una reducción y no como un estancamiento. La diferencia de interpretación parece demasiado dramática para un 0,1%, pero se trata, aparentemente, de otros tiempos.
La reacción del gobierno ante este anuncio es comprensible, aunque no por ello dejó de ser desproporcionada. Lo que en otros gobiernos se informaba en un comunicado de prensa, como se hizo en le 2012 con un dato muy similar, en este caso resultó en una conferencia de prensa con el presidente, la vicepresidenta, dos ministros y múltiples jerarcas en el auditorio de la Casa Presidencial. Montados en el tono triunfalista establecido desde la conferencia de prensa del INEC, el gobierno se lanzó a los medios, en los que exhibió el resultado como producto de una estrategia particular, y el triunfo contundente de una visión inédita.
Lo cierto es que la reducción se asienta en el aumento de las transferencias del estado, y eso ha sucedido repetidas veces en el pasado. Un 27% de los ingresos totales de los mas pobres vienen de transferencias que reciben del Estado, las que de paso aumentaron en un 14% este año. Es, como lo comentara hace casi dos años cuando el gobierno anunciara su Plan Nacional de Desarrollo, un descenso en la cifra de pobreza, no una reducción estructural de la pobreza. Desde esta perspectiva, parece ilusoria la pretensión de achacar este resultado a un “cambio”, o como una concreción del “cambio” que se prometió en campaña, en tanto las cifras son concluyentes: la reducción se debe al aumento de las transferencias, tal como sucedió en otros gobiernos.

Por eso mejor usar el dato del indicador que pretendían reemplazar.
Las anteriores consideraciones se dirigen a contextualizar lo sucedido con el índice de pobreza, pero de ninguna manera constituye una negación del dato o la expresión de dudas respecto al rigor con el que se construye el índice. Se trata de llamar la atención sobre algunos aspectos alrededor de la información, el origen del resultado, y su interpretación. Pero el dato es lo que es, y es, efectivamente, una buena noticia.
Y menciono esto porque lo último que quería señalar alrededor de este tema, es la cobertura de algún sector de la prensa le da a informaciones como estas. Ha sido usual que algunos medios acudan al recurso de crear dudas respecto a las estadísticas oficiales, con el argumento de que, en este caso particular, la disminución de la pobreza "no se siente”. Para “probar” esta afirmación, se hacen entrevistas a personas que aseguran, aunque no tenga relación con el tema, que “no les alcanza”, afirmando con una gran seguridad que la pobreza no ha disminuido, “porque eso no es lo que yo veo”.

Nadie puede poner en duda la rigurosidad de los datos oficiales. El sistema de estadísticas nacionales es objetivo y de gran calidad técnica. Una cosa es que se presenten los datos de una forma, que se le atribuyan características que no tienen o que sean interpretados de manera exagerada. Pero los datos son los datos, y si hay manera de mejorarlos hay que discutirlo con rigor, y no tratando de restarles valor con argumentos absurdos.
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