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miércoles, 1 de abril de 2009

Otro editorial de Democracia Digital

Mesura, positivismo, rigurosidad

Desde hace ya bastante tiempo la mesura ha dejado de ser una virtud común-o apreciada-, entre los costarricenses. Lo políticamente correcto parece el exceso verbal, la temeridad intelectual y el escepticismo total, espoleados por discursos fundamentalistas y talibanes y por una práctica periodista alejada de los mejores estándares profesionales. El daño que se le hace a nuestras instituciones democráticas es inconmensurable.

Desde hace un par de años, surgido al calor del debate sobre el TLC con Estados Unidos, se ha venido incurriendo en un sistemático exceso verbal en contra de actores e instituciones que parece no considerar los perjuicios tanto en el plano personal como social, que calificativos exagerados y faltos de fundamento pueden generar. No existe el menor reparo en lanzar acusaciones aun cuando no tengan un sustento sólido. Acusar a personas de corruptas, deshonestas o inmorales no requiere mas que la voluntad del acusador, y de un prominente espacio en los medios; el valor de las pruebas o el respeto al debido proceso no parece ser un factor relevante cuando de reforzar viejos prejuicios se trata.

De la misma manera es común encontrar como objeto de análisis político “serio” las mas disparatadas teorías sobre casi cualquier tema de interés nacional. Nuevamente alrededor del debate sobre el TLC fuimos testigos de cómo algunos “académicos” y “analistas” eran capaces de asegurar que ciertas consecuencias del rechazo o la aprobación del tratado eran inevitables. Y entre más descabellada la consecuencia, más inevitable era. Algunos sectores, espoleados por los espacios que les conceden algunos medios noticiosos siempre dispuestos a magnificar ciertos puntos de vista como forma de aumentar los ratings, son capaces de elaborar teorías conspirativas de un grado de sofisticación que solo es igualado por su temeridad y falta de fundamento. Pero esto se ha convertido en moneda de curso corriente en este país.

Por último, y aunque en el pasado hay elementos que no contribuyen a reforzar la credibilidad ciudadana en sus instituciones públicas y en la labor de los políticos, ser absoluta e inflexiblemente escéptico ante cualquier cosa que provenga del sector público es otra cosa. Se trata de la descalificación automática, a priori y de manera terminante, de cualquier iniciativa –sobre todo si se percibe como positiva- , que sea adoptada o propuesta por algunos de esos actores o instituciones que son objeto de sospecha permanente. Mucho más aun cuando lo que se informa es algo que puede ser percibido como un logro. Es común la emisión de noticias positivas cuando de la iniciativa individual se trata, pero cualquier acierto en el ámbito político debe ser cuestionado en el momento mismo en el que se informa. Pero además, algunos aspirantes políticos han recurrido a la deslegitimación sistemática de los rivales, con lo que han estimulado este estado mental en el que parece haber caído una buena parte de la ciudadanía y casi todos los medios de comunicación. Nos hemos venido convirtiendo en un país triste y negativo en donde la celebración de los positivo parece ser una ingenuidad o una negación autoindulgente.

Es necesario volver a la mesura como principio básico de convivencia. Al respeto a la rigurosidad intelectual y a las honras ajenas y a celebrar lo que como sociedad vamos alcanzando. De lo contrario podríamos empezar a transitar el doloroso camino que han transitado otros países, aquel de la división social, el rompimiento del orden institucional y el absolutismo, tanto mental como político.

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