Comparto con ustedes el artículo que me publicaron el día de hoy en La Nación.
Desde que organismos como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) empezaron a clasificar a los países receptores de cooperación, Costa Rica –clasificado como país de renta media-, ha venido sufriendo una disminución sustancial de la ayuda internacional que recibe. Esto tiene consecuencias importantes.
Una de ellas es el costo de oportunidad inherente a la necesidad de priorizar recursos. El terremoto de Cinchona ilustra claramente esta disyuntiva. Afortunadamente el país contó con los recursos necesarios para atender efectivamente la emergencia, así como para iniciar el proceso de reconstrucción de la infraestructura básica y la reactivación productiva. Pero esto fue posible solo mediante el traslado de recursos, es decir, desvistiendo un santo para vestir a otro.
Si Costa Rica no fuese un país de renta media, ante un desastre como este podría haber accedido a fondos de cooperación en cantidades tales que habrían eliminado, por lo menos parcialmente, la necesidad de pasar fondos de un lado a otro. Pero, paradójicamente, se castiga al país por su éxito relativo: indicadores sociales y económicos positivos son precisamente la razón por la que no califica como receptor de cooperación para enfrentar eventos como este.
En los últimos años sin embargo, ha venido surgiendo una nueva modalidad de cooperación que si bien no sustituye la tradicional sí constituye una oportunidad para posicionar a Costa Rica y captar algunos recursos adicionales. Se trata de la denominada cooperación sur-sur, en donde los países emprenden proyectos conjuntos e intercambian experiencias y conocimientos adquiridos en contextos muy particulares y heterogéneos, pero en los que se enfrentan retos y dificultades similares.
La idea es que con recursos de la cooperación internacional se establezcan programas de distinta índole entre países en vías de desarrollo. Cada país aporta su experticia en los campos en los que haya construido una práctica o generado conocimientos relevantes. Así por ejemplo, Costa Rica puede aportar mucho en campos como el ambiente y, me enorgullece decirlo, en el de la planificación y evaluación, al punto que funcionarios de Colombia y Paraguay han venido a efectuar pasantías en los ámbitos mencionados.
Pero además existen experiencias pioneras que son poco conocidas. Financiado por la cooperación holandesa, desde 1994 se ejecuta un programa de cooperación sur-sur en Benín, Bután y Costa Rica. Liderado en nuestro país por la Fundecooperación para el Desarrollo Sostenible, el programa ejecuta en la actualidad 35 proyectos que incluyen temas de agricultura orgánica, turismo sostenible y manejo de desechos sólidos, entre otros. De estos proyectos se derivan experiencias comunes, conocimiento adquirido a través de la práctica y lazos de cooperación de largo plazo. Fundecooperación ha acumulado una experiencia invaluable, y estoy seguro que quienes han estado involucrados en este programa por parte de esta organización, Mauricio Castro como Director, Marianella Feoli como Gerente y Amelié Jouault como Oficial de Programa entre otros, podrán confirmar con su propia experiencia las bondades de este esquema.
El país tiene el potencial para convertirse en un participante importante en esta nueva forma de cooperación, la cooperación del siglo XXI. No compensará del todo lo que una clasificación injusta ha significado en términos de reducción de los recursos disponibles, pero le servirá para posicionarse en un contexto internacional en el que el conocimiento es uno de los más importantes bienes de intercambio.
Para aprovechar y explotar estas fortalezas, MIDEPLAN, en consulta con el Ministerio de Relaciones Exteriores y la colaboración de la cooperación internacional, elaborará un proyecto para la creación de una Agencia de Cooperación que tenga a su cargo, entre otras cosas, la promoción del conocimiento y la experiencia nacional para el establecimiento de programas de este tipo. Con esta Agencia contaremos con la institucionalidad necesaria para estar a la altura de estos nuevos tiempos de la cooperación.
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