Ya antes he escrito sobre la tentación que a veces sentimos los profesionales en Ciencias Sociales de emitir ciertas opiniones terminantes sobre acontecimientos de la vida política y social del país. Si esta propensión fuera simplemente una anécdota en la vida profesional de algunos expertos esto no tendría mayor importancia, pero uando se tiene acceso a medios de comunicación el asunto pasa de ser trivial y se convierte en un tema de interés público, en tanto las opiniones de analistas y comentaristas pueden terminar incidiendo en la formación de políticas públicas. Un ejemplo de lo anterior se presentó en la campaña electoral de 1998, en donde el abstencionismo aumentó en un porcentaje superior a la media histórica. El dictum teórico no se hizo esperar: el abstencionismo habría crecido porque no se contaban con suficientes espacios para la participación, por lo que era necesario "democratizar" la democracia.
Aceptando que la aspiración de ampliar la participación efectiva de la gente en los asuntos públicos es deseable, lo cierto es que las medidas que en esta dirección se adoptaron, por ejemplo la elección directa de Alcaldes, no propiciaron una mayor participación. Todo lo contrario: en el caso de las elecciones para la Alcaldía el abstencionismo es tres veces mayor que el que se presenta en una elección presidencial. Ls razones del abstencionismo del 98 no eran las que pensamos, o fueron mal interpretadas, porque las medias que se adoptaron eran congruentes con las conclusiones a las que arribamos en ese momento. Pero el "problema" siguió siendo el mismo.
Como la anterior encontramos otras situaciones en las que ante un hecho social o político se arriba a conclusiones terminantes -y a veces igualmente equivocadas-, que de alguna manera pintan mas bien el país que se quisiera, y no el que realmente existe.
Traigo a colación el tema porque hace un tiempo participé en un taller de análisis de la realidad política nacional en el que algunos estimables colegas sostenían que, a la luz del resultado del referendo del TLC, el país se había configurado en dos bloques antagónicos. Y no solo eso: los dos bloques tenían una homogeneidad interna ideológica, social y económica que resultaría en un nuevo enfrentamiento en las elecciones presidenciales del 2010. Junto con Montserrat Sagot sostuve la tesis de que quienes se opusieron al TLC constituían una coalición coyuntural con intereses sustancialmente diferentes entre sí, que no permitían concluir que existiera una homogeneidad aglutinadora que derivara en la constitución una fuerza política y social alternativa y estable.
A la luz de lo que ha sucedido entre los grupos que lideraban políticamente la oposición al TLC, y de la intención de voto que por lo menos hasta el momento muestran las encuestas, pareciera confirmarse que la tesis que Montserrat y yo sosteníamos era la correcta. La realidad social, compleja y dinámica, no permite con facilidad emitir juicios terminantes, más propios de la ciencias naturales. Lo cierto es que respecto al comportamiento político del ciudadano y ciudadana costarricense del Siglo XXI es poco lo que sabemos y por eso nuestros juicios siempre deben ser tentativos. El científico social debe abandonar toda pretensión de encontrar la "bala de plata" que explique en una sola pincelada hechos sociales complejos en los que intervienen la libre voluntad de la gente. De lo contrario estaremos socavando la credibilidad que día a día tratamos de apuntalar en nuestras disciplinas académicas. Y en época de elecciones, esto es aun mas cierto.
2 comentarios:
Efectivamente hay una diferencia entre ser analista y ser juez.Por su parte no hay verdades absolutas, ni lecturas únicas. Podría pensarse entonces en apreciaciones coyunturales y reflexivas en cuanto a cuán cambiante es el entorno como para dirigir esa "bala de plata".
Interesante planteamiento Roberto. especialmente tengo la percepción que la gente es cambiante, no se afilia a ideas con facilidad principálmente los jóvenes por razones que no me atrevo a concluir pro que epodrían estar cercanas a mayores distractores en sus valores compartidos que no logran amalgamar.
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